Enviar el dolor al pasado

Utilizamos el pasado como un refugio para lo que no queremos perdonar. No porque no podamos, sino porque no queremos. Guardamos el dolor allí, como si lo metiéramos en una caja con un candado, para asegurarnos de que nunca seremos obligados a liberarlo. Esa caja se convierte en una prisión, pero no para el otro: es nuestra propia cárcel.

La tan pronunciada frase «esto no te lo perdonaré en la vida» es, en realidad, un decreto. Es nuestra resistencia, nacida de los resentimientos, la que decide encapsular el dolor en el pasado, perpetuándolo. En vez de enfrentarlo y perdonarlo, lo enviamos atrás en el tiempo, donde creemos que está «a salvo» de ser destapado, atravesado y liberado. Lo que no comprendemos es que, al hacerlo, nos encadenamos nosotros mismos a dicho dolor, repitiendo una y otra vez el mismo sufrimiento. Como bien señala Un Curso de Milagros: «El perdón pone fin a todo sufrimiento y a toda sensación de pérdida» (Lección 249).
Encerrar el dolor en el pasado es una defensa, una decisión activa de no mirar lo que duele, de evitar enfrentarlo. Lo escondemos y lo sellamos con un candado porque el acto de perdonar parece una amenaza: sentimos que al hacerlo estamos renunciando a algo, a nuestra justicia o a nuestro «derecho» a estar heridos. Sin embargo, lo que ocurre es todo lo contrario: perdonar no quita nada, nos lo devuelve todo. Nos devuelve la paz, la libertad y el poder de decidir por nosotros mismos, sin que el pasado nos siga controlando.

Pero, ¿qué sucede con esa caja del pasado? La dejamos ahí durante años, sin darnos cuenta de que lo que realmente duele no es el recuerdo en sí, sino el peso que cargamos al llevarla siempre con nosotros. Sólo cuando nos damos cuenta del daño que nos hemos hecho a nosotros mismos intentando vengarnos de otros, surge la disposición de mirar hacia la caja, abrir el candado y liberarnos del contenido. En palabras del Curso: «Al liberar a tu mente de la prisión de tus ilusiones, (los milagros) restauran la cordura en ti» (T.1.I.33:4).
El acto de abrir esa caja y mirar lo que hay dentro es un instante de honestidad radical. Es reconocer que el pasado no tiene poder sobre nosotros, salvo el que elegimos darle. Es comprender que aquello que parecía imposible de perdonar no era más que un error de percepción, y que el verdadero perdón no se trata de «liberar al otro», sino de liberar nuestra mente del resentimiento que nos mantiene prisioneros.
La sanación ocurre cuando nos damos cuenta de que nunca hubo un pasado en el que encerrarlo, porque el dolor nunca dejó de estar aquí, en este instante, esperando ser mirado con nuevos ojos. En realidad, no estamos liberando al pasado: estamos liberándonos a nosotros mismos ahora.
Entonces, ¿por qué seguir cargando esa caja si puedes soltarla?
Irene Balsalobre

Sólo me queda dar las gracias, con cada lectura se abre un poco más la mirada.❤️
Excelente reflexión.
Muchas gracias Rosario, vamos ampliando la conciencia, pasito a pasito.